El día de ayer se cumplieron 134 años del nacimiento del poeta Rainer Maria Rilke en Praga, ciudad capital de la entonces Checoslovaquia. Artífice de una poesía profunda, conceptual y hermosamente lograda, Rilke es autor de obras tanto poéticas como narrativas entre las que destacan Las elegías del Duino, El libro de las horas, Sonetos a Orfeo, Historias del buen Dios y Cartas a un joven poeta.
La historia de cómo nace este último libro es muy curiosa. Un día de otoño de 1902, Franz Xaver Kappus, de veinte años, cadete de una academia militar austriaca, está leyendo un libro de los primeros versos de Rilke, cuando un maestro llega hasta él y, al darse cuenta de lo que lee, comenta que el autor fue también alumno de esa academia. Con la confianza que esto le da, Kappus decide enviar sus poemas y pedirle su opinión. Rainer María Rilke le responde y se inicia así una relación epistolar sostenida, mayormente, entre 1903 y 1904, aunque la última carta está fechada en 1908. Las respuestas de Rilke son publicadas por Kappus en 1929, tres años después de la muerte de Rilke, y en ellas el poeta expone, desde su personal percepción, conceptos acerca de la tristeza, el amor, Dios, la soledad, la muerte, el arte y la literatura, entre otros, mezclados con información superficial sobre sus viajes, su salud y su estado de ánimo. De la primera carta, comparto con ustedes un fragmento que aborda el tema de la creación poética.
“Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: «¿Debo yo escribir?» Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un «Sí debo» firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo. (…) Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.”
Hasta aquí la cita de Rainer Maria Rilke. Por su parte, según la historia, Kappus no hizo carrera militar y publicó alguna o algunas novelas. Nunca un libro de poemas.
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