“Mientras que las aulas tradicionales tienden a permanecer en silencio, excepto por el sonido de la explicación del profesor, las centradas efectivamente en el aprendizaje se caracterizan porque los estudiantes hablan y actúan colectivamente”. Con esta cita abre el apartado “Hablar para aprender” del libro El derecho de aprender, escrito por Linda Darling-Hammond y distribuido gratuitamente entre los profesores por la Secretaría de Educación Pública.
Bajo el enfoque del aprendizaje cooperativo, donde los alumnos se ayudan mutuamente para lograr una meta, hablar con otros y escucharlos es fundamental, pues de esta manera se comparten saberes, experiencias, habilidades, razonamientos y expectativas. Mediante este estilo de enseñanza entre iguales, unos aprenden de otros, con otros, uniendo esfuerzos para resolver un problema, lograr una meta o comprender una situación. De esta manera, se trabaja con lo que Lev Vigotsky llamaba la zona de desarrollo próximo, o ese momento en que el sujeto está a punto de resolver, comprender o hacer algo, pero “le falta tantito”, una ayuda externa que le dé el empujoncito o el jaloncito para lograrlo.
Ya desde el siglo IV a.C., Sócrates utilizaba una técnica bautizada como mayéutica que se basaba en el diálogo, o más precisamente en un hábil interrogatorio entre el que sabe y el que aprende y que va llevando al segundo a descubrir lo que no sabía o aclarar lo que tenía confuso.
Para muchos de nosotros, es difícil concebir una clase donde todos hablan a la vez; eso rompe con la formación recibida y los conceptos que tenemos sobre el orden y el silencio necesario para aprender. En efecto, no toda habla enseña y no todos los grupos que lo hacen pueden estar efectivamente aprendiendo. Para hacerlo, los estudiantes tienen que tener muy claro el propósito de la actividad y enfocarse a realizarlo en serio, sin desvirtuar el uso del tiempo al utilizarlo para hablar de otras cosas, esto es, tienen que aprender a usar responsablemente esa libertad de hablar que el método les concede.
Una de los argumentos que Linda Darling-Hammond utiliza en defensa del habla en el aula es que el aprendizaje es un hecho fundamentalmente social, esto es, se aprende en contacto con otros, de otros, en un intercambio donde el habla es el vehículo fundamental. Al hablar, sostienen las teorías psicolingüísticas, no sólo se expresa la idea “que ya está adentro”, sino que el habla misma permite ir construyendo y reacomodando tal idea. La conexión entre habla y pensamiento no es sólo la de alguien que habla y un cable que trasmite su voz, sino que ambos se construyen juntos. ¿No cuando tenemos una situación problemática que no podemos resolver comenzamos a “hablar solos”? El exteriorizar los conflictos a través del habla y la escritura los aclara y permite verlos bajo otra óptica.
Afortunadamente, tanto en la casa como en la escuela, los niños tienen cada vez más oportunidades de hablar y opinar (y claro, de aprender a través de este proceso), desterrando aquel cliché del “tú no sabes, tú cállate”. Por supuesto que en muchas ocasiones el silencio también es necesario, sobre todo en el aula, donde hay mucha gente junta en un espacio reducido, pero no desdeñemos hablar para aprender. No siempre “calladitos se ven más bonitos”.
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