Un texto que el lector tiene en sus manos, empezó su camino desde que era una idea o una intención en la mente del autor. Contra lo que pudiera pensarse, de la idea al buen escrito hay un proceso que pasa por pensarlo, hacerlo, corregirlo y darle su forma definitiva. Así lo explican Daniel Cassany et al (2000) en el libro Enseñar lengua (Graó: Barcelona): “El arte de escribir se compone de tres procesos básicos: hacer planes, redactar y revisar, y de un mecanismo de control, el monitor, que se encarga de regularlos y de decidir en qué momento trabaja cada uno de ellos”.
Durante el proceso de hacer planes nos hacemos una representación mental, más o menos completa y esquemática, de lo que queremos escribir y de cómo queremos proceder. Anota Cassany que en este punto se llevan a cabo tres subprocesos: el de generar, que consiste en recuperar, en traer desde la memoria la información que vamos a utilizar; el de organizar, que consiste en clasificar y ordenar esos datos obtenidos; y el subproceso de formular objetivos, en donde se establecen los propósitos de la composición.
El proceso de redactar, anota el autor, “se encarga de transformar este proyecto de texto, que hasta ahora era sólo un esquema semántico, una representación jerárquica de ideas y objetivos, en un discurso verbal lineal e inteligible, que respete las reglas del sistema de la lengua, las propiedades del texto y las convenciones socioculturales establecidas”. La hoja de papel se va llenando con signos que ahora representan lo que eran ideas; una vez terminado este primer producto, es necesario realizar el otro paso de este proceso, el de revisar y, eventualmente, corregir el texto tantas veces como sea necesario. Esto es, volver a redactar y volver a revisar hasta que el autor se sienta satisfecho porque existe congruencia entre la idea que desea expresar y la forma en que lo hace. Este momento de revisión Cassany plantea que se lleva a cabo a través de dos acciones: leer y rehacer.
Finalmente, el proceso de control se refiere a “un cuadro de dirección que regula el funcionamiento y la participación de los diversos procesos en la actividad global de la composición”. Es un permanente estado de alerta y vigilancia para que todo el proceso de producción del texto tenga un control. Esto permite hacer y rehacer planes, así como escribir, revisar y corregir los textos.
Saber que los textos escritos –aún los aparentemente sencillos- pasan por un proceso permitirá a los alumnos saber que el buen texto no surge en el primer intento, sino que se va construyendo. Conocer y dominar un esquema de construcción de textos (de los muchos que hay) como el que aquí propone Daniel Casany facilitará el acercamiento al arte de escribir.
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